miércoles, 24 de diciembre de 2014

Salas y River campeón

Las historias configuran el imaginario colectivo de un equipo y transportan a sus protagonistas a la categoría de leyendas. En Buenos Aires un 15 de diciembre de 1996 comenzó a fraguarse uno de esos relatos, donde la rebeldía, el talento y la vocación lograron derrotar todos los prejuicios.  

El uruguayo e ídolo inquebrantable Enzo Francescoli abandona la cancha para que ingrese el chileno Marcelo Salas. El destino quiso construir un amor trasandino. El perseguidor Independiente no puedo quebrar la resistencia de Huracán Corrientes y cae tres a dos como visitante. El perseguido River Plate golea a Vélez Sarsfield con dos goles del chileno y uno del diablo Monserrat. Aquella noche lluviosa del Torneo Apertura de 1996, por la fecha 18, nació una idolatría sin contemplaciones. Romanticismo cosido por goles y enganches.

La frase del título le pertenece al recalcitrante Marcelo Araujo. Relator símbolo de la década del ’90. Fundador de un mal endémico: relatores buscando un protagonismo ajeno a su función principal. Un estilo perdurable en el tiempo, pero condescendiente, gritón y burlesco. Transitando su mejor época como “contador de partidos” utilizó al millonario para establecer sus códigos. Salas, probablemente, también ocupó a River para vivir su mejor época: en tres años (’96, ’97 y ’98) disputó 50 partidos, marcando 35 goles y levantando tres campeonatos nacionales (Apertura ’96, Clausura ’97 y Apertura ’97). En cada gol, una celebración. En cada abrazo el Monumental estallaba gritando: “chileeenooo, chileeeenooo”.

¿Se acuerdan del día en que Marcelo Salas debutó con la camiseta de River ante Boca? Tras pase de Ortega y, posterior, control dirigido en el aérea, cruzó el balón para matricularse con un golazo frente a Navarro Montoya. La hinchada gallinera desató la locura sobre dos bandejas de la Bombonera. La patraña cuenta que Bilardo desestimó la contratación de Salas en Boca Juniors aduciendo que ningún chileno había triunfado en Argentina. Rodilla al suelo e índice al cielo tomó sus cosas y se marchó al barrio de Belgrano para ser feliz.

Especialista en crear silencios que se prolongaban en el festejo de unos pocos construyó su consagración. Apodado matador debido a su sangre fría a la hora de definir. Continuó su carrera goleadora en Italia: ganando siete campeonatos; cuatro con Lazio y tres con Juventus. En 2003 retornó a River para ganar el Torneo de Clausura 2004. Sin embargo, debido a las lesiones nunca pudo retomar su forma física. Odiado por los hinchas de Colo Colo y por los de Católica, o por los de Boca, y por qué no, por los de la Roma. En todos los equipos que jugó logró coronarse campeón.

En medio de la cotidianidad de un partido de fútbol, matizado por balones largos que intentan dividir y jugadores torpes que confunden intensidad con correr a los palos. Salas, aparecía como una fisura  o una grieta en la pared –Julio Cortázar utilizaba esa categoría para referirse a cuestiones asombrosas en sus cuentos–, alargando los segundos para que se hagan más largos y poder liquidar de zurda. Dentro del bullicio y la oscuridad trajo control y claridad. Llevó a Chile al Mundial de Francia ’98: anotando cuatro goles y convirtiéndose en el máximo anotador de su selección, 37 goles en 70 apariciones.

La representación del otrora goleador no sólo encandiló en las canchas de fútbol, también desbordó habilidad como figura publicitaria. A principios del 2000, cuando lideraba al conjunto lazial junto a Sebastián Verón, Diego Simeone y Hernán Crespo, protagonizó un comercial para una marca de champú: “Marchelo tu Linic, es maravilloso que un futbolista como tú tenga un pelo tan firme”, decía una italiana rubia, blanca y voluptuosa. “Scusa –agregaba- ah marchelo gracias a Linic tú pelo es como tú: suave y brillante”. Salas no hablaba, sólo miraba y toqueteaba. La modelo no mentía: Salas tenía un control suave y una finalización brillante.


          
“No soy de contar mis cosas ni lo que pienso. Mi cumpleaños me pilla en un momento muy bueno me siento bien, realizado en mi vida. Mi carrera fue muy buena. Estoy orgulloso de todo lo que hice, ahora estoy en otra vereda”, comentó el matador, que actualmente preside Deportes Temuco: “Soy dirigente de un club y eso me permite estar cerca del fútbol, pero no las 24 horas. Eso me cansó un poco, estoy disfrutando otras cosas”, cerró. Entiende que las transformaciones perdurables y verdaderas nacen en el tiempo debido a decisiones políticas, como lo hizo en 1996. 


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